Bernardo Muñoz Carvajal

Página oficial de Bernardo Muñoz.


De locos y cuerdos


Aunque sienta cierto rubor al decirlo, debo confesar que cuando entré a trabajar en la Fundació Privada el Molí d’en Puigvert pasé bastante tiempo tratando de dilucidar quién era cuerdo y quien no de entre mis nuevos compañeros de trabajo. Trece años después marcho de la entidad y sigo sin saberlo, pues hace ya mucho que renuncié a averiguarlo. En concreto, desde que descubrí que me daba igual, que no me importaba nada. También cuando entendí que, en mi ignorancia, había tratado de hacer distinciones bajo un paradigma tan simplista como equivocado: el de clasificar a las personas en función de un dictamen médico.

En el Molí he tenido grandes compañeros de trabajo y con todos ellos me he sentido querido y arropado. Cierto que en un grupo humano de más de doscientas personas es fácil encontrar las más variadas tipologías. Pero puedo asegurar que no siempre los caracteres más difíciles los hallé alineados en en las filas de los diagnosticados. Y que en el otro bando encontré pocas mentes retorcidas y ningún aprendiz de brujo.

El Molí me ha enseñado que todos somos tan locos como cuerdos y que nuestras mentes son demasiado singulares y complejas como para encerrarlas en una sola etiqueta. También que por encima de protocolos médicos y certificados existen personas. Con sus fortalezas, debilidades, angustias, ilusiones, miedos, obsesiones, anhelos y manías. En mayor o menor grado. Personas tan reales y maravillosas como aquellas con las que he tenido el inmenso placer de compartir trece años de mi vida.

Con todo cariño.

febrero 25, 2022

El reloj de la barbarie

Cuando consideré acabar mis presentaciones alertando que estábamos a 5 minutos de volver a padecer la NO CULTURA DE LA GUERRA, me planteé si valía la pena exponer algo tan duro en una celebración lúdica. Finalmente lo hice, convencido de que, más que nunca, era responsabilidad de quienes tenemos acceso a la transmisión de la cultura hacer bandera de valores como Igualdad, Fraternidad, Libertad o Justicia. Sin embargo, en mi fuero interno, confiaba en que el tiempo se detuviera antes de que transcurrieran esos 5 minutos que nos separaban de la barbarie.

Por desgracia mis previsiones no se han cumplido. El reloj ha sido inexorable. Pero aunque la realidad me dé una hostia detrás de otra, aunque en la fragilidad de mi plano interior llore de impotencia, os prometo que seguiré trabajando, de la forma en que mis pobres medios lo permitan, en contribuir para construir un mundo más humano.

junio 20, 2020

Carlos Ruiz Zafón: el cementerio de los libros eternos

Carlos Ruiz Zafón¿Qué puedo decir ante una noticia así?

Casi todo lo que siempre he querido ser como escritor (no hablo de fama, sino de talento) podía encontrarlo en Carlos Ruiz Zafón. No me extenderé sobre su obra, no vale la pena.  En su lugar, permitid un par de recuerdos personales.

Cuando pienso en Zafón mi memoria se desplaza a Avenida Tibidabo 32, aunque creo que jamás nos vimos. Yo no trabajaba en Ogilvy & Mather Direct , sólo iba ahí a buscar fotolitos, a entregar muestras o a pelear presupuestos, mientras fantaseaba con el misterio que destilaba aquella mansión. Ajeno, como no podía ser de otra forma, a que alguien ya se estaba inspirando en la magia de ese lugar para tejer historias que años más tarde disfrutaría.

No llegué a conocerlo. Una vez intenté entregarle un manuscrito vía una ex compañera de trabajo, Pilar Sánchez, quien también lo había sido de Carlos y de su esposa. Una maniobra suicida que, como estaba cantado, no llegó a ningún lado. Por eso nunca pude preguntarle hasta qué punto el inspector Fumero había tomado rasgos físicos de Alfonso Mora, una sospecha íntima que ya no tendrá respuesta. Quien conociera a ambos personajes, al real y al novelado, sabrá de qué hablo.

Con Carlos Ruiz Zafón se va una parte de mi vida. Descansa en paz.

septiembre 06, 2019

Morir por un móvil

Matar por un móvil. En pleno sigo XXI, en un país del primer mundo. A una mujer indefensa.

Los que nos dedicamos a la literatura en negro solemos perder horas y horas en dar un sentido a las muertes quePort olimpic imaginamos. Trágico, utilitario, en legítima defensa  o justificado por cualquier interés. Y lo explicamos, para que nuestros lectores entiendan a los asesinos, por extrañas que sean sus motivaciones y por irracionales que resulten sus actos. En este sentido, nuestras historias tratan de ordenar el mundo, de hacerlo menos imperfecto, más amable y comprensible que la vida real.

Matar por un puto móvil.

Nunca escribiré una historia a partir de un suceso tal real como este. Me niego a que la literatura pueda ofrecer, aún de manera involuntaria, algún tipo de cobertura a algo así. Fabular obligaría a establecer una lógica, por perversa que esta fuera, que diera sentido al suceso. Antes al contrario, es necesario enfatizar que un crimen así no tiene ninguna.

Mi cariño, respeto y solidaridad para todos los seres queridos de Sara.

Y mi más absoluto desprecio a los medios de comunicación que, por un puñado de clics, han aceptado difundir las imágenes de este asesinato.

Competencia desleal

Sello de la T.I.A.

Leo en El País que una mujer, a quien su ex pareja había estafado 60.000 euros, contrata al novio de su hija, que dice ser el Jefe de los Servicios Secretos, para liquidar al timador y recuperar el importe robado mediante la venta de órganos en el mercado negro.

Leo que todos los puntos de semejante encargo quedaron recogidos en un documento de prestación de servicios. Que el presunto Jefe de los Servicios Secretos, tras obtener 7000 euros en concepto de adelanto, desapareció sin dejar rastro. Y que la mujer, sintiéndose doblemente timada (por su ex pareja y por el novio de su hija) denunció en una comisaría de Madrid al sicario por incumplimiento de contrato.

Leo también que madre e hija fueron detenidas al instante. Y que el jefe de los servicios secretos, pese a su increíble hoja de servicios -1.897 objetivos abatidos, 524 capturados, 352 misiones a sus espaldas, adiestrado en disciplinas tan dispares como artes milenarias, superación, guía canino o climatización, entre otras más propias de un agente de campo- no tardó en ser encontrado y puesto a disposición judicial. El sujeto a trocear para su venta por piezas también está localizado, sano y salvo, aunque no se descarta su detención por estafa.

El dispositivo policial para capturarlo se bautizó como «Operación Kafka». Se entiende.

Este es el enlace al contrato, cuya lectura debería ser obligatoria para cualquier aprendiz a fabulador. Aunque dudo que ningún autor se atreviera parir una historia así.

Quizá debería desplazarme a esa misma comisaría de Madrid. Y denunciar a la realidad por competencia desleal hacia la literatura.

Total, los agentes que prestan declaración ahí ya deben estar curados de espanto.

octubre 01, 2018

Libros que huelen

Aroma de libros

Libros que huelen

Han sido varias las personas que, a lo largo de mi vida, lograron contagiarme su pasión por las artes gráficas. Pero ninguna como José VIcente Crespo, un tipo capaz de oler un libro y reconocer su imprenta.

No es ninguna exageración. José Vicente acercaba un libro nuevo a su experta nariz y sabía decirte si había salido de las entrañas de Printer, Cayfosa, Gráficas Estella o Litografías Rosés. Según explicaba, cada imprenta destilaba un olor característico y reconocible en sus productos. Siendo sincero, me consta que, a la hora de emitir veredicto, complementaba su pericia nasal con la observación de pequeños detalles ocultos al profano: ausencia no no de cinta de lectura, características del papel, ensamblado de las guardas o tipo de retractilado.  Nada que restara mérito a su asombrosa capacidad para reconocer imprentas.

Alumno de la escuela Tajamar, José Vicente amaba como pocos el oficio de impresor. Una pasión que no se limitaba al trabajo, ya que las paredes de su vivienda de Rivas Vaciamadrid estaban repletas de grabados antiguos que recreaban el oficio.

A José Vicente y a mí nos unió el trabajo. También un jefe común que, por motivos diferentes, trató de arruinarnos la vida. Un tipo despreciable que no amaba a las artes gráficas; sólo se quería a sí mismo.

En mi caso no consiguió aplastarme por más empeño que puso; en el de José Vicente, aunque acusó más que yo el golpe,  quiero creer que tampoco. Por desgracia nunca llegaré a saberlo. Murió en un accidente de tráfico, hace ya veinte años.

Hoy, ante la inminente edición de mi libro, mientras agobio al editor preguntando chorradas como tipo de papel, gramaje, carteo o sentido de la fibra, no puedo dejar de pensar en mi amigo José Vicente Crespo, y en cuanto me habría gustado darle a oler «el enigma Recasens». Seguro que, si no la imprenta, habría llegado a dar al menos con el tipo de máquina empleada.

Mi sincero recuerdo para él y para su familia, a la que no llegué a conocer en persona.

En cuanto al otro, al que sólo se quería a sí mimo, que le den.

 

julio 19, 2018

El vendedor de enciclopedias

Vendedor de libros

Vendedor de libros

Hace pocos días leí en el blog Notas para lectores curiosos un interesante artículo en el que su autora lamentaba del fin de las enciclopedias de papel. Una agonía inexorable que, razoné, también ha comportado la extinción de un venerable oficio: el de vendedor de enciclopedias.

Tenté suerte en el arte del puerta a puerta hace cuarenta y un años. Sólo duré tres días ejerciendo el oficio. Pero en ese tiempo conseguí cuatro socios para Xarxa Cultural, una alternativa en catalán a Círculo de Lectores (o su competencia Discolibro ¿alguien la recuerda?) que comercializaba también la Gran Enciclopedia Catalana. Todo un logro para alguien como yo que, en aquellos años, no hablaba ni una palabra en la lengua de Pompeu. Y un ejemplo de integración por parte de mis suscriptores, familias humildes castellano-parlantes de Bellvitge y el barrio del Congreso.

Claro que estos logros no eran nada comparados a los que consiguió un amigo mío. Jordi O era un hacha en la venta domiciliaria que llegó a desarrollar incluso un método propio. Su sistema, galardonado por la editorial para la que trabajaba, se basaba en el más puro común. Perder poco tiempo con quien no te compra y centrarte en el cliente predispuesto. Según Jordi, a quien lograbas vender una primera colección, podías colocarle a continuación lo que fuera. Y en la misma visita. Jordi fue un precursor de las ventas cruzadas.

Por desgracia, este mundillo no estaba exento de picaresca. En una ocasión me topé con un tipo interesado en captar suscriptores para una enciclopedia. Su idea era usar maiings, que deseaba contratar conmigo. Una iniciativa loable, salvo por un par de problemas. De entrada, de la supuesta obra no existía más que un folleto promocional. No se había impreso ni un libro. Tampoco pensaba pagarme los mailings, al menos de inicio. Su plan era fácil. Conseguir una cantidad suficiente de suscriptores que le permitiera costear mis gastos y la edición del primer tomo. A partir de ahí, a buscarse de nuevo la vida hasta lograr publicar el segundo. Y después el siguiente. Y el otro. La enciclopedia, cuya temática ya olvidé, tenía una previsión de veinte volúmenes.

Aún recuerdo a aquel tipo, exponiéndome su proyecto con toda seriedad. Había trasladado el despacho a su vivienda, pues le habían embargado la oficina. Ocupaba una habitación tan minúscula que tenía que saltar por encima de la mesa para acceder a su sillón. Decliné el trato con todo cariño y le recomendé que considerara hacer un par de retoques a su plan. Los suficientes como para no acabar en la trena. Nunca volví a saber de él. Espero que me hiciera caso.

Sea por cambio de hábito de los compradores o por la maldita Wikipedia el oficio de vendedor de enciclopedias ha muerto. Se ha quedado sin materia prima. Vaya desde aquí mi pequeño homenaje a este gremio que, por solidaridad, deseo hacer extensivo a todos los profesionales del puerta a puerta. Desde los vendedores de Avón o Tuperware hasta los legendarios cobradores de «los muertos».

El escritor clandestino

El escritor clandestino clandestinoSi hay un rasgo esencial que diferencia a un escritor profesional de un amateur es que el primero ha logrado hacer de su vocación una actividad a la que dedicar tiempo y recursos. Por contra, el novelista aficionado se ve obligado a crear casi a hurtadillas. Y es que , salvo que se esté en el paro, se disponga de un trabajo muy relajado o se carezca de vida propia, las agendas de cualquier persona adulta dejan poco margen para la creación serena.  Escribir significa también robar tiempo de aquí y allá. Un ejercicio clandestino que llega a poner en riesgo relaciones afectivas, sociales e incluso laborales.

Una labor que suele realizarse de forma muy discreta. Ya sea por pudor, falta de autoconfianza o para que nadie ate cabos, el autor novel intentará no explicar en detalle a qué dedica en tiempo libre, o de dónde lo saca.

Escribir en estas condiciones se convierte pues, en una suerte de carrera de obstáculos. Máxime cuando hablamos de una obra mayor, como una novela. Parir una historia de 200 o 300 páginas ya es de por sí un ejercicio complejo, incluso para alguien con oficio y tiempo. Hacerlo a salto de mata, escribiendo a trompicones cada vez que se encuentra un hueco puede convertirse en una tarea titánica. Es fácil perder la pasión cuando escribir se convierte en retomar un relato aparcado durante semanas o meses, y continuarlo sin saber cuándo se volverá abandonar. Ni por cuánto tiempo. Se necesitan grandes dosis de constancia y autodisciplina para no tirar la toalla. Y una fe a prueba de bombas en lo que se está haciendo.

Y sin embargo, por dura que parezca la tarea, hay una obviedad que el proto autor debe tener grabada en la frente

Todos los autores, desde los desconocidos hasta los más famosos, prestigiosos, mediáticos o superventas, empezaron su carrera como escritores clandestinos, compaginando su afición con cualquier otro oficio. Y muchos no lo tuvieron nada fácil para sacar adelante su primera obra. O su segunda, o su tercera, o las que necesitaron hasta hacerse un huequecito.

Un espacio con el que, advierten todas las voces autorizadas que conozco, tampoco se logra vivir. Y es que la inmensa mayoría de escritores, incluso reconocidos, necesitan de otras fuentes de ingreso.

En mi caso particular, reconozco que no busco dinero en esto de las letras. Solo añoro tiempo. Y eso que, como autor clandestino, estoy acostumbrado a la escritura de guerrillas. Tanto que he acabado desarrollando algunas técnicas para evitar que mis proyectos se enquisten o acaben abandonados antes de acabarse

Algunos de estos trucos son inconfesables. Otros, en cambio, no me importará compartirlos. Eso sí, será en una próxima entrega.

junio 18, 2018

Confesiones de un niño zurdo (a partir de un tintero vacío)

Pluma y tintero

Pluma y tintero

Se necesitan más de 80 cargas para dejar así de limpio un tintero. O lo que es lo mismo, hay que escribir mucho para vaciarlo

Derramar tinta sobre papel en forma de caracteres más o menos inteligibles nunca ha sido problema para quien suscribe.  Lo reconozco, me encanta escribir y además hacerlo a mano.  Y trufar mis apuntes con dibujillos, carotas, monigotes, subrayados, flechas y tachaduras.  Un proceso que suele dejar unas hojas en las que texto e imágenes se conjugan de forma tan enrevesada que sólo yo puedo entender el resultado.  Una evolución de más de cincuenta años desde mis primeras letras caligráficas hasta la abstracción ilustrada actual. Y un hito cuando pienso en las dificultades que tuve para empezar a escribir.

No era fácil ser zurdo para un parvulito en 1965.  Lo descubrí nada más entrar en la Academia Cirera, cuando mis profesores consideraron un deber extirpar mi terrible vicio de escribir con la mano equivocada. A fe mia que lo consiguieron, pero a fe mía que les costó sudor. Sangre por fortuna no hubo, y las lágrimas fueron todas mías. Porque ante aquella agresión opuse una resistencia numantina. Toda la que un crío de 4 años podía desplegar.

Aún recuerdo aquel calvario. Escribía las letras deformadas o al revés ( «Ǝ» en lugar de «E» ) y era incapaz de mantener una frase en su renglón.  Por contra, con la mano izquierda no sólo escribía bien sino que dibujaba con una soltura impropia para tan temprana edad. Mis profesoras estuvieron a punto de tirar la toalla. Para «reconducirme» tuvieron que hacer muchas horas extras. Como en clase no podían ocuparse de mi, me castigaban para que marchara mas tarde, junto a la flor y nata de los alumnos mayores de la academia, sancionados, esos sí, por sus fechorías reales.  Para mí, un alumno dócil y bueno, aquel trato resultaba humillante y vejatorio. Creo que aprendí a escribir con la derecha sólo para demostrarme que yo era un niño normal, no un delincuente.

La cuestión es que poco a poco empecé a enderezar las palabras. Y así hasta hoy. Un proceso que duró unos tres o cuatro meses pero que aún recuerdo después de más de cincuenta años.

No guardo rencor a las profesoras. Mis «seños» eran producto de su época. Para ellas, «enderezarme» formaba parte de su concepto de educación. Y aunque se aplicaron a la labor con todo celo, jamás emplearon conmigo malos gestos, chillidos o cosas peores. Algo que resulta obvio hoy día (bastante tortura era obligarme a escribir con la diestra) , pero  que no lo era tanto entonces. Basta decir que en aquella época las hostias volaban en los colegios en los que estuve. Propinadas por los profesores, claro.

¿Mi venganza? Ninguna, no soy un tipo rencoroso. Pero nadie ha logrado desde entonces que use la diestra para algo que no sea escribir. Soy un zurdo pertinaz a la hora de emplear cualquier herramienta, ejercitar el poco deporte que he hecho en mi vida, comer o tocar la guitarra. Respecto a otros usos propios de la adolescencia permitirán que no me pronuncie.

También me limpio el culo con la izquierda. Y cuando lo hago, en ocasiones, me acuerdo de aquellos que no entienden otra normalidad que la que asume la mayoría. Personas que creen que las diferencias son algo pernicioso en sí mismas, por el hecho de que ellos no las adoptan, o no las entienden. Y que deben curarse, o extirparse, o cortarse de cuajo, aún obligando a los demás a renunciar a ser ellos mismos

 

 

junio 13, 2018

La inevitable muerte del libro impreso

Books burning in fire

La muerte del libro de papel, según Carvalho

¿Tinta o pixel? ¿Pantalla o papel? Para muchos analistas, la coexistencia del libro físico con su homónimo electrónico es meramente temporal. En veinte años, el libro impreso sobre papel habrá dejado de existir, o será una reliquia.

Y es que, más allá de la nostalgia, las ventajas del formato electrónico son brutales. Para la industria, pero también para el medio ambiente y hasta para el lector.

Industria

El e-book elimina de forma drástica los costes de producción, distribución y punto de venta, Las editoriales podrán ofrecer libros más baratos y con mayor beneficio para estas compañías. Incluso aumentando los porcentajes de ventas que aplican a sus autores.

Medio ambiente

Más del 40% de la madera que se procesa en el mundo se usa para fabricar papel. Un cuarta parte de los gases invernadero lanzados a la atmosfera proviene de la industria papelera y el 20% de los desechos mundiales tienen relación con el papel.  Un libro de formato medio consume más de 5 kilos de madera virgen. ¿De verdad merece la pena? Podremos seguir manteniendo estas agresiones medio ambientales?

Lectores

Las pantallas se han convertido en el principal soporte para el consumo personal de ocio. A través del móvil vemos películas, series de televisión y escuchamos música. También nos informamos de la actualidad y nos evadimos. Y compramos. Si el libro quiere sobrevivir como elemento de ocio cultural no tendrá otro remedio que integrarse en las plataformas de contenidos.

Ante tan abrumadoras ventajas, parece extraño que tengamos que esperar 20 años para completar la transformación digital de los libros. Y sin embargo, a fecha de hoy, los libros físicos parecen resistir mucho mejor el envite de Internet que, por ejemplo, música o cine. Basta observar el  espacio que aún ocupan en grandes almacenes frente a la brutal reducción del dedicado a discos o películas. Las bibliotecas aguantan mientras que los videoclubs son reliquia. Y es más fácil encontrar una librería en cualquier zona comercial que una tienda de música.

Sería ingenuo pensar que la supervivencia del libro físico se debe tan solo por el apego de los lectores al papel. También eran muy bonitas las enciclopedias, pero ya nadie las compra. O por temor de la industria a la piratería. El libro físico se copia ilegalmente tanto como el electrónico.

¿Cual es la razón de esta persistencia?

Personalmente, creo que el sector editorial no se ha volcado de lleno en el mundo digital porque piensa que todavía no es el momento. Una prudencia en la que pesa más la importancia que aún tiene a nivel mundial la industria del papel y todos sus derivados (maquinaria de artes gráficas, impresores, fabricantes de tintas,…) que cualquier otro criterio. Pero que en cuanto se de luz verde a la transformación el proceso será irreversible.

A medio plazo quedará como un placer para nostálgicos que, además, se lo puedan permitir. Y a largo, en un objeto para coleccionistas.