El reloj de la barbarie
Cuando consideré acabar mis presentaciones alertando que estábamos a 5 minutos de volver a padecer la NO CULTURA DE LA GUERRA, me planteé si valía la pena exponer algo tan duro en una celebración lúdica. Finalmente lo hice, convencido de que, más que nunca, era responsabilidad de quienes tenemos acceso a la transmisión de la cultura hacer bandera de valores como Igualdad, Fraternidad, Libertad o Justicia. Sin embargo, en mi fuero interno, confiaba en que el tiempo se detuviera antes de que transcurrieran esos 5 minutos que nos separaban de la barbarie.
Por desgracia mis previsiones no se han cumplido. El reloj ha sido inexorable. Pero aunque la realidad me dé una hostia detrás de otra, aunque en la fragilidad de mi plano interior llore de impotencia, os prometo que seguiré trabajando, de la forma en que mis pobres medios lo permitan, en contribuir para construir un mundo más humano.
Escribir y reescribir: a la caza del gazapo
Escribir es también es reescribir: releer, tachar, cambiar, modificar, reescribir… y de nuevo releer, tachar, cambiar… en una suerte de día de la marmota que no cesa hasta que tú o o la editorial decide que hay que parar. Por aburrimiento o para no marear más la historia.
Tampoco conviene obsesionarse pues, hagas lo que hagas, sabes que hay dos reglas que se cumplirán siempre:
- Cada vez que te enfrentas al texto, volverías a cambiar algo. Aunque ya lo hayas leído 100 veces.
- Por mucho que lo revises, jamás cazarás todos los gazapos. Siempre quedará alguno en espera de ser descubierto tras la impresión.
Seguro que mi nueva novela contendrá algún fallo. Ni os imagináis la cantidad que he tenido que arreglar. Y es que, aunque esto de las correcciones es, de largo, la parte más tediosa en el proceso de creación de un libro, resulta imprescindible para que el producto que acabe en vuestras manos ofrezca la calidad que merecéis.
Vuelve Víctor Itoiz
Hola amigos. Por fin puedo confirmar que mi nueva novela está punto de ver la luz.
La continuación “el enigma Recasens” presentará una nueva aventura en la que violinistas, detectives, mafiosos, asesinas a sueldo, rumberos, políticos en activo, herejes gastronómicos y monárquicos convencidos se interrelacionarán alrededor de unos crímenes tan singulares como incomprensibles.
El libro es también una reivindicación de la alegría y un canto al coraje como forma de enfrentarse a la vida. Hasta en las situaciones más extremas.
Mi propósito es que disfrutes de la historia, rías con ella, vibres, y te contagies de la ternura que he tratado de transmitir en sus páginas.
En breve os anunciaré el título definitivo. ¡Estad atentos!
Battiato
Franco Battiato ha sido un artista decisivo en mi vida. Quizá alguna vez me decida a poner por escrito cuánto me influenció más allá del plano musical.
Serviría para explicar la tristeza tan profunda que ahora siento.
Pero hoy no es el día.
Si pienso en cómo he malgastado yo mi tiempo, que no volverá, no regresará más.
Somos provincianos de la osa menor a la conquista del espacio interestelar y vestimos de gris claro por no perdernos
Y tu voz igual que el coro de las sirenas de Ulises me encadena.
Y por un instante retorna mi anhelo de vivir a distinta velocidad.
Debería cambiar el objeto de mis deseos, sin conformarme con las alegrías cotidianas.
Vivir no es muy complicado si puedes renacer después.
Busco un centro de gravedad permanente que no varíe lo que ahora pienso de las cosas, de la gente.
La pluma estilográfica con la tinta azul; no quiero teclear con eléctrica, no es necesario.
Viajero que buscas la dimensión insondable, la encontrarás fuera de la ciudad, al final de tu camino.
Y mi maestro me enseñó qué difícil es encontrar el alba dentro de las sombras.
Me enamoré siguiendo el ritmo del corazón y me desperté en primavera
Me tocas el alma y la libertad, pero la sola idea me hace sentir prisionero.
Javier Cercas o el peligro de ser uno mismo.
En estos tiempos de fanatismos, de adhesiones inquebrantables, de convertir en enemigo a quien no comulgue con tus postulados, de intentar destrozar al diferente por el mero hecho de serlo y de imponer verdades aún a base de mentiras, se hace más imprescindible que nunca reivindicar la disonancia, oponer al adoctrinamiento el pensamiento crítico, huir de anatemas y cuestionar sobre todo lo incuestionable. Aún a sabiendas de los riesgos que, cada vez más, supone pensar por uno mismo y, sobre todo, expresarlo.
La penúltima víctima de esta ola de intransigencia está siendo Javier Cercas. No me extenderé sobre la operación de acoso y derribo que está sufriendo el autor de “Soldados de Salamina” por parte de los comisarios del pensamiento único. No vale la pena.
La cultura sigue siendo la principal enemiga de los totalitarios. Y la más fácil de atacar por parte de quienes carecen de ella.
Todo mi apoyo a Javier. Un escritor al que admiro y una persona con quien no comparto muchas de sus opiniones.
El eterno pijoaparte. Homenaje a Juan Marsé en forma de aventis
A mi primo Joaquín debo mis dos principales aficiones, aunque él no lo sepa o ya no lo recuerde. Ambas tuvieron lugar en la adolescencia y las dos partieron de un robo.
El día que decidí que había llegado el momento de aprender a tocar la guitarra fui a casa de mi tía Rafaela, que en gloria esté, y birlé la de Joaquín. Y digo robé porque no pedí permiso, aproveché que él no estaba en casa y conté una trola a su madre para llevármela. Y otra a la mía, cuando me vio aparecer con el instrumento. Desde entonces no he dejado de tocar, entendiendo esta afición como un placer íntimo. Mantuve retenida aquella pequeña guitarra de aprendizaje unos seis meses, hasta que mis padres me compraron una acústica Maya que aún conservo.
La segunda aportación de Joaquín fue un libro. Se trataba un ejemplar de Últimas Tardes con Teresa de Juan Marsé, comprado como lectura obligatoria para la clase de literatura. Enseguida me intrigó aquel libro. Yo había tenido aquella misma asignatura el año anterior y el Profesor Domenech ni lo había mencionado. Una putada, pues una novela en cuya portada aparecía aquella rubia cañón –yo debía tener unos 16 años- era motivo suficiente para interesarme en ella. Por tanto, intrigado por la rotundidad de la modelo danesa fotografiada por Oriol Maspons, tomé la decisión de requisar la obra a mi primo. En descargo de ambos cabe decir que, en este caso, Joaquín no opuso la menor resistencia. A diferencia de la guitarra, que sí devolví, aún conservo aquella novela, que descansa en mi mausoleo de libros robados.
Yo ya era lector en aquellos años, tanto de cómics y tebeos como de relatos de aventuras. Desde niño disfrutaba con Julio Verne, Karl May o Emilio Salgari, y de ahí había saltado a historias más adultas como Papillón, un libro que en su momento me impactó. Pero aquello era diferente a cuanto había leído. Con Últimas tardes con Teresa descubrí la magia de la literatura, cuánto puede disfrutarse un libro tanto por la historia que cuenta, como –y esto era novedad para mí- por la forma en que está escrita. La capacidad de proyectar imágenes y de provocar sentimientos de esa obra era infinita. Y todo a partir de una prosa maestra, que se degustaba por sí misma. Aquel libro también me enseñó que las historias que más duelen son aquellas con las que más te identificas. Yo, que siempre he tenido algo de pijoaparte, he conocido a algunos personajes que incluso lo superaban, y buena parte de los paisajes que citaba me eran familiares.
En un día como hoy solo puedo expresar mi gratitud a Juan Marsé. Por todos estos años de lecturas imprescindibles y porque mi amor a la literatura le debe mucho a él. Algo que jamás podré expresarle en persona, por desgracia.
Ps1. Una vez me encontré de frente con Marsé en plena Diagonal de Barcelona y no me atreví a decirle nada. Me intimidó la cara de malas pulgas que exhibía.
Ps2. A quien sí traté durante un tiempo fue a su hermano Jordi Marsé. También un personaje, sin duda.
Carlos Ruiz Zafón: el cementerio de los libros eternos
¿Qué puedo decir ante una noticia así?
Casi todo lo que siempre he querido ser como escritor (no hablo de fama, sino de talento) podía encontrarlo en Carlos Ruiz Zafón. No me extenderé sobre su obra, no vale la pena. En su lugar, permitid un par de recuerdos personales.
Cuando pienso en Zafón mi memoria se desplaza a Avenida Tibidabo 32, aunque creo que jamás nos vimos. Yo no trabajaba en Ogilvy & Mather Direct , sólo iba ahí a buscar fotolitos, a entregar muestras o a pelear presupuestos, mientras fantaseaba con el misterio que destilaba aquella mansión. Ajeno, como no podía ser de otra forma, a que alguien ya se estaba inspirando en la magia de ese lugar para tejer historias que años más tarde disfrutaría.
No llegué a conocerlo. Una vez intenté entregarle un manuscrito vía una ex compañera de trabajo, Pilar Sánchez, quien también lo había sido de Carlos y de su esposa. Una maniobra suicida que, como estaba cantado, no llegó a ningún lado. Por eso nunca pude preguntarle hasta qué punto el inspector Fumero había tomado rasgos físicos de Alfonso Mora, una sospecha íntima que ya no tendrá respuesta. Quien conociera a ambos personajes, al real y al novelado, sabrá de qué hablo.
Con Carlos Ruiz Zafón se va una parte de mi vida. Descansa en paz.
Morir por un móvil
Matar por un móvil. En pleno sigo XXI, en un país del primer mundo. A una mujer indefensa.
Los que nos dedicamos a la literatura en negro solemos perder horas y horas en dar un sentido a las muertes que imaginamos. Trágico, utilitario, en legítima defensa o justificado por cualquier interés. Y lo explicamos, para que nuestros lectores entiendan a los asesinos, por extrañas que sean sus motivaciones y por irracionales que resulten sus actos. En este sentido, nuestras historias tratan de ordenar el mundo, de hacerlo menos imperfecto, más amable y comprensible que la vida real.
Matar por un puto móvil.
Nunca escribiré una historia a partir de un suceso tal real como este. Me niego a que la literatura pueda ofrecer, aún de manera involuntaria, algún tipo de cobertura a algo así. Fabular obligaría a establecer una lógica, por perversa que esta fuera, que diera sentido al suceso. Antes al contrario, es necesario enfatizar que un crimen así no tiene ninguna.
Mi cariño, respeto y solidaridad para todos los seres queridos de Sara.
Y mi más absoluto desprecio a los medios de comunicación que, por un puñado de clics, han aceptado difundir las imágenes de este asesinato.
Montalbano se va con Montalbán.
Fallece el escritor Andrea Camilleri, padre del comisario Montalbano, llamado así en honor a Manuel Vázquez Moltalbán.
Imagino la conmoción en Vigata. Catarella presa del llanto, incapaz de pronunciar dos palabras seguidas. Fazio preocupado por Mimí, a quien se le vió la noche anterior en compañía de una rotunda viuda, por lo que aún no debe saber nada. Y a Livia volando desde Génova para tratar de consolar a Salvo, inquieta y alertada. Y es que Montalbano abandonó Marinella en cuanto conoció la noticia y se zambulló en la playa. Galluzzo afirma que lo vio desparecer, nadando rumbo al horizonte.
También imagino a Andrea Camilleri emprendiendo su gran viaje sintiéndose culpable al dejar abandonados a sus personajes. Y a Manuel Vázquez Montalbán recibiendo a su amigo en la entrada del Paraíso de los Grandes Escritores y diciéndole que no se preocupe, que los personajes, a diferencia de ellos, sí son eternos.
Y que a veces, como acaba de sucederle con Carvalho, Biscúter o Charo, algún mortal se atreve a rescatarlos, ponerlos al dia y darles una nueva vida.
Descansa en paz.