Espacio personal de Bernardo Muñoz.

Mes: junio 2018

El escritor clandestino

El escritor clandestino clandestinoSi hay un rasgo esencial que diferencia a un escritor profesional de un amateur es que el primero ha logrado hacer de su vocación una actividad a la que dedicar tiempo y recursos. Por contra, el novelista aficionado se ve obligado a crear casi a hurtadillas. Y es que , salvo que se esté en el paro, se disponga de un trabajo muy relajado o se carezca de vida propia, las agendas de cualquier persona adulta dejan poco margen para la creación serena.  Escribir significa también robar tiempo de aquí y allá. Un ejercicio clandestino que llega a poner en riesgo relaciones afectivas, sociales e incluso laborales.

Una labor que suele realizarse de forma muy discreta. Ya sea por pudor, falta de autoconfianza o para que nadie ate cabos, el autor novel intentará no explicar en detalle a qué dedica en tiempo libre, o de dónde lo saca.

Escribir en estas condiciones se convierte pues, en una suerte de carrera de obstáculos. Máxime cuando hablamos de una obra mayor, como una novela. Parir una historia de 200 o 300 páginas ya es de por sí un ejercicio complejo, incluso para alguien con oficio y tiempo. Hacerlo a salto de mata, escribiendo a trompicones cada vez que se encuentra un hueco puede convertirse en una tarea titánica. Es fácil perder la pasión cuando escribir se convierte en retomar un relato aparcado durante semanas o meses, y continuarlo sin saber cuándo se volverá abandonar. Ni por cuánto tiempo. Se necesitan grandes dosis de constancia y autodisciplina para no tirar la toalla. Y una fe a prueba de bombas en lo que se está haciendo.

Y sin embargo, por dura que parezca la tarea, hay una obviedad que el proto autor debe tener grabada en la frente

Todos los autores, desde los desconocidos hasta los más famosos, prestigiosos, mediáticos o superventas, empezaron su carrera como escritores clandestinos, compaginando su afición con cualquier otro oficio. Y muchos no lo tuvieron nada fácil para sacar adelante su primera obra. O su segunda, o su tercera, o las que necesitaron hasta hacerse un huequecito.

Un espacio con el que, advierten todas las voces autorizadas que conozco, tampoco se logra vivir. Y es que la inmensa mayoría de escritores, incluso reconocidos, necesitan de otras fuentes de ingreso.

En mi caso particular, reconozco que no busco dinero en esto de las letras. Solo añoro tiempo. Y eso que, como autor clandestino, estoy acostumbrado a la escritura de guerrillas. Tanto que he acabado desarrollando algunas técnicas para evitar que mis proyectos se enquisten o acaben abandonados antes de acabarse

Algunos de estos trucos son inconfesables. Otros, en cambio, no me importará compartirlos. Eso sí, será en una próxima entrega.

Confesiones de un niño zurdo (a partir de un tintero vacío)

Pluma y tintero

Pluma y tintero

Se necesitan más de 80 cargas para dejar así de limpio un tintero. O lo que es lo mismo, hay que escribir mucho para vaciarlo

Derramar tinta sobre papel en forma de caracteres más o menos inteligibles nunca ha sido problema para quien suscribe.  Lo reconozco, me encanta escribir y además hacerlo a mano.  Y trufar mis apuntes con dibujillos, carotas, monigotes, subrayados, flechas y tachaduras.  Un proceso que suele dejar unas hojas en las que texto e imágenes se conjugan de forma tan enrevesada que sólo yo puedo entender el resultado.  Una evolución de más de cincuenta años desde mis primeras letras caligráficas hasta la abstracción ilustrada actual. Y un hito cuando pienso en las dificultades que tuve para empezar a escribir.

No era fácil ser zurdo para un parvulito en 1965.  Lo descubrí nada más entrar en la Academia Cirera, cuando mis profesores consideraron un deber extirpar mi terrible vicio de escribir con la mano equivocada. A fe mia que lo consiguieron, pero a fe mía que les costó sudor. Sangre por fortuna no hubo, y las lágrimas fueron todas mías. Porque ante aquella agresión opuse una resistencia numantina. Toda la que un crío de 4 años podía desplegar.

Aún recuerdo aquel calvario. Escribía las letras deformadas o al revés ( «Ǝ» en lugar de «E» ) y era incapaz de mantener una frase en su renglón.  Por contra, con la mano izquierda no sólo escribía bien sino que dibujaba con una soltura impropia para tan temprana edad. Mis profesoras estuvieron a punto de tirar la toalla. Para «reconducirme» tuvieron que hacer muchas horas extras. Como en clase no podían ocuparse de mi, me castigaban para que marchara mas tarde, junto a la flor y nata de los alumnos mayores de la academia, sancionados, esos sí, por sus fechorías reales.  Para mí, un alumno dócil y bueno, aquel trato resultaba humillante y vejatorio. Creo que aprendí a escribir con la derecha sólo para demostrarme que yo era un niño normal, no un delincuente.

La cuestión es que poco a poco empecé a enderezar las palabras. Y así hasta hoy. Un proceso que duró unos tres o cuatro meses pero que aún recuerdo después de más de cincuenta años.

No guardo rencor a las profesoras. Mis «seños» eran producto de su época. Para ellas, «enderezarme» formaba parte de su concepto de educación. Y aunque se aplicaron a la labor con todo celo, jamás emplearon conmigo malos gestos, chillidos o cosas peores. Algo que resulta obvio hoy día (bastante tortura era obligarme a escribir con la diestra) , pero  que no lo era tanto entonces. Basta decir que en aquella época las hostias volaban en los colegios en los que estuve. Propinadas por los profesores, claro.

¿Mi venganza? Ninguna, no soy un tipo rencoroso. Pero nadie ha logrado desde entonces que use la diestra para algo que no sea escribir. Soy un zurdo pertinaz a la hora de emplear cualquier herramienta, ejercitar el poco deporte que he hecho en mi vida, comer o tocar la guitarra. Respecto a otros usos propios de la adolescencia permitirán que no me pronuncie.

También me limpio el culo con la izquierda. Y cuando lo hago, en ocasiones, me acuerdo de aquellos que no entienden otra normalidad que la que asume la mayoría. Personas que creen que las diferencias son algo pernicioso en sí mismas, por el hecho de que ellos no las adoptan, o no las entienden. Y que deben curarse, o extirparse, o cortarse de cuajo, aún obligando a los demás a renunciar a ser ellos mismos

 

 

La inevitable muerte del libro impreso

Books burning in fire

La muerte del libro de papel, según Carvalho

¿Tinta o pixel? ¿Pantalla o papel? Para muchos analistas, la coexistencia del libro físico con su homónimo electrónico es meramente temporal. En veinte años, el libro impreso sobre papel habrá dejado de existir, o será una reliquia.

Y es que, más allá de la nostalgia, las ventajas del formato electrónico son brutales. Para la industria, pero también para el medio ambiente y hasta para el lector.

Industria

El e-book elimina de forma drástica los costes de producción, distribución y punto de venta, Las editoriales podrán ofrecer libros más baratos y con mayor beneficio para estas compañías. Incluso aumentando los porcentajes de ventas que aplican a sus autores.

Medio ambiente

Más del 40% de la madera que se procesa en el mundo se usa para fabricar papel. Un cuarta parte de los gases invernadero lanzados a la atmosfera proviene de la industria papelera y el 20% de los desechos mundiales tienen relación con el papel.  Un libro de formato medio consume más de 5 kilos de madera virgen. ¿De verdad merece la pena? Podremos seguir manteniendo estas agresiones medio ambientales?

Lectores

Las pantallas se han convertido en el principal soporte para el consumo personal de ocio. A través del móvil vemos películas, series de televisión y escuchamos música. También nos informamos de la actualidad y nos evadimos. Y compramos. Si el libro quiere sobrevivir como elemento de ocio cultural no tendrá otro remedio que integrarse en las plataformas de contenidos.

Ante tan abrumadoras ventajas, parece extraño que tengamos que esperar 20 años para completar la transformación digital de los libros. Y sin embargo, a fecha de hoy, los libros físicos parecen resistir mucho mejor el envite de Internet que, por ejemplo, música o cine. Basta observar el  espacio que aún ocupan en grandes almacenes frente a la brutal reducción del dedicado a discos o películas. Las bibliotecas aguantan mientras que los videoclubs son reliquia. Y es más fácil encontrar una librería en cualquier zona comercial que una tienda de música.

Sería ingenuo pensar que la supervivencia del libro físico se debe tan solo por el apego de los lectores al papel. También eran muy bonitas las enciclopedias, pero ya nadie las compra. O por temor de la industria a la piratería. El libro físico se copia ilegalmente tanto como el electrónico.

¿Cual es la razón de esta persistencia?

Personalmente, creo que el sector editorial no se ha volcado de lleno en el mundo digital porque piensa que todavía no es el momento. Una prudencia en la que pesa más la importancia que aún tiene a nivel mundial la industria del papel y todos sus derivados (maquinaria de artes gráficas, impresores, fabricantes de tintas,…) que cualquier otro criterio. Pero que en cuanto se de luz verde a la transformación el proceso será irreversible.

A medio plazo quedará como un placer para nostálgicos que, además, se lo puedan permitir. Y a largo, en un objeto para coleccionistas.

La aventura de editar. ¿Edición y autoedición? (2)

Publicar a través de una editorial tradicional no supone garantía de éxito para la obra. Como iremos viendo en sucesivas entregas, este modelo tan siquiera garantizará en muchos casos una distribución o una promoción suficientes.

La autoedición ha sido casi siempre el último remedio para quienes no  encontraban otra salida. Sin embargo, los tiempos cambian e Internet impone sus propias reglas. En la actualidad existen infinidad de recursos para que el autor que lo decida tome el control de su obra. Por tanto, crece el número de autores que asumen el rol de editor por voluntad propia . 

Al margen de la motivación de cada cual, vale la pena insistir en que autoeditar puede ser una opción perfectamente viable. Veamos:

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