Escribir es también es reescribir: releer, tachar, cambiar, modificar, reescribir… y de nuevo releer, tachar, cambiar… en una suerte de día de la marmota que no cesa hasta que tú o o la editorial decide que hay que parar. Por aburrimiento o para no marear más la historia.

Tampoco conviene obsesionarse pues, hagas lo que hagas, sabes que hay dos reglas que se cumplirán siempre:

  1. Cada vez que te enfrentas al texto, volverías a cambiar algo. Aunque ya lo hayas leído 100 veces.
  2. Por mucho que lo revises, jamás cazarás todos los gazapos. Siempre quedará alguno en espera de ser descubierto tras la impresión.

Seguro que mi nueva novela contendrá algún fallo. Ni os imagináis la cantidad que he tenido que arreglar. Y es que, aunque esto de las correcciones es, de largo, la parte más tediosa en el proceso de creación de un libro, resulta imprescindible para que el producto que acabe en vuestras manos ofrezca la calidad que merecéis.