Los que sepáis quien es Layla podréis imaginar lo escabroso de su pasado. Y lo peligroso que puede ser indagar en él. Por eso, somos muy pocos los que conocemos del placer casi morboso que la sicaria experimenta en esparcir, siempre de forma anónima, fragmentos íntimos de su propia biografía.
La siguiente historia apareció entre los muchos relatos presentados a un concurso organizado por una cadena de hoteles. Podría decir que fue un hallazgo casual, pero mentiría. Arriesgo tiempo, dinero y quien sebe si mi vida persiguiendo estos testimonios. Y Layla lo sabe pues, la muy ladina, presentó este cuento usando mi nombre.
Dudo que ella –o yo- gane el certamen. Y es que la narración ahuyenta más que invita a visitar un hotel, propósito principal del organizador, imagino. Pero me he decidido a hacerlo público pues arroja luz sobre algunos rasgos de nuestra asesina favorita. Detalles que, hasta el momento, solo nos atrevíamos a conjeturar.
Espero (por mi propio bien) que Layla perdone esta nueva indiscreción, la segunda tras “El violinista”. Ahí va el cuento

“Al entrar me crucé con el botones que me miró con asombro.
Aunque fingió no reconocerme, su rictus de estupefacción le delató. Yo también disimulé. Pero ahí estaba, veinte años mayor, con un uniforme similar al que lucía en aquel hotel de Moscú cuando, a causa de un error mío, apareció portando el desayuno en la suite del magnate ruso al que acababa de asesinar.
El muchacho quedó petrificado, incapaz de asumir tanta carnicería, o el papel de esa mujer cubierta de sangre que, machete en mano, le miraba con ojos felinos. Aunque el oficio exigía matarlo cuanto antes, algo que percibí en su rostro me frenó. Era un ser bellísimo, angelical, una criatura tan pura que, en contraste, me hizo sentir sucia, por dentro y por fuera. De repente experimenté unas ganas terribles de limpiarme y exigí al muchacho que me ayudara a quitar la sangre del cuerpo. El joven se aprestó a obedecer. Mientras yo me relajaba bajo el agua, él también pareció recuperarse de su estupor.
Antes de marchar observé por última vez su hermoso cuerpo desnudo y pronuncié la frase inevitable: “Si alguna vez nos volvemos a encontrar sabes que tendré que matarte”
Hoy hemos fingido no reconocernos. Pero, al llegar a la habitación, el baño estaba preparado”