Sant Jordi ejerce sobre mí un efecto curioso. Invoca a la vez mis más placenteras filias y algunas fobias. Entre las primeras, el gusto de caminar entre libros y lograr la dedicatoria de algún autor. Y entre las segundas, mi legendaria incapacidad para aguantar colas interminables ante las casetas.
Siempre he creído que un libro firmado por su creador se convierte en una pieza única. Así que cuando me ha interesado la firma un escritor concreto, he logrado aplacar mi escasa paciencia ante el aborregamiento. Aunque también reconozco que en ocasiones me he plantado ante autores que apenas conocía por el simple hecho de encontrarlos libres.
En todo caso, para disfrutar de la diada de Sant Jordi en la Ciudad Condal conviene tomar algunas precauciones.
- Hacer una lista y comprar los libros con anterioridad. El 23 de abril es el peor día del año para adquirirlos. Las paradas están desbordadas y los vendedores sometidos a un tremendo estrés. Además, aunque ese día trabajan libreros y aprendices, cuando necesitas a alguien para hacerle una consulta siempre te toca el bisoño.
- Trazar una ruta para tratar de encontrar a nuestro autor favorito en la librería o en la franja horaria que mejor se nos acomode. Desde hace años utilizo la guía de firmas de “llegir en cas d’incendi”. Para mí, la mejor de las que se editan.
Por último, una recomendación básica para enfrentarse con dignidad a un Sant Jordi en el siglo XXI:
Comprar libros a los chicos y rosas a las chicas es sexista, casposo y demodé. En Sant Jordi regalen ambas cosas. No es justo privar a su ser querido, sea del sexo que sea, del placer de una buena lectura. Ni de la belleza de una flor.
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