Espacio personal de Bernardo Muñoz.

Mes: marzo 2016

Rompiendo tópicos de escritor (parte 2)

Un angster melancólico

El gangster melancólico

Tópico nº 2: “Todos los personajes del libro son hijos míos y a todos quiero por igual”

El tópico entre los tópicos. Pues bien, ya les gustaría: Algunos personajes de mi novela son unos auténticos hijos de mala madre, seres indeseables y sin escrúpulos que tendrán bien merecido cuanto les pueda ocurrir de malo.

Es más, ya me encargaré yo de hacerles pagar por sus fechorías.

Soy mucho más indulgente con otros. En el libro encontraremos algunos hombres y mujeres que, marcados por su historia, parecen abocados a la fatalidad. Y aunque cabe precaverse de ellos, no puedo juzgarlos con la misma severidad que aquellos que ya nacieron siendo unos cabronazos.

Por último, reconozco mi debilidad, a todas luces irracional, por los tipos más histriónicos que han dejado su impronta en el relato. Desde quienes provocan vergüenza ajena hasta aquellos que, por decoro, prefiero no calificar.

Como conclusión, confieso que mi baremo afectivo no depende tanto del rol de los personajes en la historia (el bueno, el malo, la chica…), sino del trabajo invertido en pulirlos hasta dotarlos de una personalidad propia. Cuanto más humanos, o sea, creíbles y coherentes en su imperfección, más orgulloso me siento de ellos.

¿Significa esto una contradicción con lo expresado al principio de esta entrada? En absoluto. Aunque los buenos despiertan más afecto que los malos, los malos pueden ser mucho más divertidos que los buenos.

Rompiendo tópicos de escritor (parte 1)


tópicos exritor tacones agujaTópico nº 1. “Hay parte de mí en todos los personajes de mi libro”.

Mentira. Yo no tengo nada de acosador, ni de putero, ni soy un corrupto. Os aseguro que jamás he matado a nadie, ni he ordenado ejecuciones.

Salvo  sorpresa mayúscula por mi parte, no soy depositario de ningún gran secreto familiar.

Tampoco uso minifaldas, ni sé caminar sobre tacones de aguja, ni, hasta donde intuyo, los hombres pierden la cabeza por mí.

No trato de sobrevivir sobre las cenizas ya esparcidas de una vida anterior, ni doy la espalda a la gente que quiero, ni me esfuerzo por construir defensas emocionales y encerrarlas en una burbuja.

Además, no tengo ni idea de tocar la flauta travesera.

Radio Nights

radio nightsUn locutor de radio susurrando a un micrófono, de madrugada, desde una desconocida emisora. Fantaseando con lo que pudo ser y no fue. Recordando antiguos amores y desamores. Recomponiendo imágenes de un tiempo ya perdido. Sincerándose ante las las ondas sabiendo que, con toda probabilidad, no le escuchará nadie. Aunque ¿quien sabe? quizá alegre la noche la noche a algún conductor solitario mientras atraviesa la ciudad.

«Bajo la voz, cálida y envolvente, la música de Steely Dan»

Todos tenemos imágenes recurrentes en nuestro imaginario y ésta, la de un lobo solitario aullando a la noche a través de las ondas,  es una de las que siempre me sugieren. Cuando la recogí en uno de mis relatos, había algo de homenaje en su inclusión.

Pues bien, escribir en este blog me produce un sensación similar. La de sincerarme ante el ciberespacio sabiendo que, entre la enormidad de información que se crea y se destruye a cada instante en Internet, cuanto diga a través de esta humilde bitácora quedará para mí. O para mis más allegados.

Una sensación que me encanta.

Porque lo que digo no es útil, ni está estructurado, ni indexado, ni es noticia ni suscita el interés general. Lo escribo porque me da la gana. Aunque, al igual que mi locutor de radio, tampoco renuncio a confortar a alguna alma solitaria a la que el azar -o la falta de precisión en sus términos de búsqueda- haya hecho recalar hasta aquí.

Si es tu caso, te doy la bienvenida. Y te regalo “Aja” de Steely Dan.

Mi curiosa relación con las drogas

amebasToda mi experiencia con las drogas se limita a unos cuantos porros fumados en mi juventud, liados siempre entre los dedos de otros y cargados con un costo que nunca compré yo. Pobre palmarés para un chaval que pasó su adolescencia y juventud a caballo -sin segundas- entre la década de los 70 y los 80. En la actualidad la única droga legal que aún me atrae -y mucho- es el vino, al que acudo de forma esporádica, más como un placer para los sentidos que como vía de evasión. Una pasión a la que además puedo dar alas en momentos puntuales, según qué beba y con quien lo haga.

Entiendo que, para algunos, tal bisoñez en materia de estupefacientes me sitúa de forma directa en la categoría de «pringao» o «tontolculo». Pienso en los personajes de Carlos Zanón, cuyo excelente libro Yo fui Johnny Thunders acabo de leer. La verdad, me importa bien poco. Y menos, sabiendo qué obtuvieron a cambio tantos y tantas que, de forma inducida o no, acabaron transitando por el lado salvaje de la vida. Lou Reed ya no podrá pedir perdón a nadie pero alguien debería hacerlo en su nombre.

Sin embargo, reconozco que hay una droga que sí me hubiera gustado probar: el LSD.

Alucinar, abrir la mente, flipar en colores, escapar de la realidad o transportarme a mundos nuevos.son conceptos que, al menos sobre el papel, resultan seductores y que nunca he experimentado. En su momento me negué tanto por mi rechazo general a las drogas como por miedo a descubrir gracias al LSD partes ocultas de mí mismo que quizá no me gustaría conocer. Ahora, amén de todos estos argumentos, se suma la evidencia de que ya no tengo ni cuerpo ni voluntad para esta clase de aventuras.

Pues bien, acabo de pasar un episodio de gripe que me ha mantenido en cama a 38,5 de fiebre y creo haber experimentado síntomas similares: Y no hablo sólo de sudores y escalofríos. Me refiero a imágenes proyectadas sin control mientras una música, tan perfecta como desconocida, se repetía hasta la saciedad en la cabeza. Un tiovivo en perpetuo giro sobre el que mi cerebro, actuando por libre, se empeñaba en plantearme una y otra vez un enigma vital cuya imposible resolución hubiera aclarado la organización esencial del cosmos.

Durante toda una noche me he sentido como si tuviera que tirar de mí mismo para retener la cordura, mientras mi mente se empeñaba en arrastrarme en sentido contrario.

No sé si estos delirios se asemejan en algo a un viaje lisérgico. En todo caso, la experiencia ha sido tan espantosa que no me ha quedado la menor gana de repetirla. El año que viene me vacuno.

Lo dicho, ya no tiene uno el cuerpo para verbenas.

Novela negra y música (I)

jazz y novela negraLa novela negra, por propia definición, se identifica poco con las imágenes en color. Lo suyo es la escala de grises. De la misma forma, nadie imagina la banda sonora de una buena historia criminal a ritmo de polca o de tecno pop. Lo suyo es el jazz o a lo sumo un blues eléctrico, tipo escuela de Chicago.

El cine tiene mucho que ver con esta asociación tan contradictoria. Y es que resulta paradójico que música afroamericana y de origen rural identifique a unas historias urbanas, protagonizadas casi siempre por blancos.

En España música y género negro han tendido a transitar por separado, con notabilísimas excepciones. La colaboración entre Andreu Martín y Dani Nel·lo nos ha dado tanto libros como un buen puñado de temas de jazz y rythm & blues, unidos en la serie «asesinatos en clave de jazz».

Con Thelonious Monk en la cabeza, Xavier B. Fernández parió “el sonido de la noche”, un delicioso libro en el que el jazz se respira articulando una historia negrísima.

Y si hablamos de blues y jazz, difícil es no mencionar el rock. Aquí sí que contamos con un escritor de referencia, Carlos Zanón, responsable de títulos tan elocuentes como “Yo fui Johnny Thunders” o “Marley estaba muerto”. Para Carlos la música no es un telón de fondo, un paisaje o una excusa. El rock, su cultura -si es que la tiene- toma papel principal y forma parte de las sórdidas historias que desgrana el autor barcelonés.

Más allá de la música anglosajona, obligado es recordar a Manuel Vázquez Montalbán y su “Tatuaje”, con referencia explícita al cuplé de Concha Piquer. Pero hay más aportaciones.

Personajes de una novela negra que nunca se ha escrito –«Las Leyes de la Frontera» de Javier Cercas escapa a esa clasificación- fueron también los quinquis de los setenta cuyas aventuras glosaron Los Chichos o Los Chunguitos. Y es que el universo de ladrones, camellos, asesinos, delatores, malas mujeres y policías torturadores que estas canciones detallan, se sitúan de lleno en el género.

Al igual que los narcocorridos mexicanos. Popularizados por Los Tigres del Norte, podríamos definirlos como historias criminales cantadas, de por general con conocimiento de causa.

Y llegados a este punto,  si hubiera que destacar un relato musicado de corte negro y criminal éste sería el famosísimo “Pedro Navaja” de Rubén Blades. Pocas veces la fusión de melodía y texto ha funcionado tan bien para narrar una historia.

Por cierto, su autor hizo una continuación a esta canción, “Sorpresas”, mucho menos conocida pero con un texto igual de intenso y divertido. Juzguen ustedes mismos.