El algodon no engaña

El algodón no engaña

El banquete de los detectives gourmets. (O el misterio del mayordomo muerto en la casa de Pepe Carvalho)

En la chimenea de la casa de Vallvidrera arde «El sueño eterno» de Raymond Chandler.  Ocupando buena parte del salón, los invitados se reparten las tareas. Suena «Qualsevol Nit Pot Sortir el Sol».  De la canción han reclutado a Carpanta, quien se relame ante el desfile de platos.  Salvo Montalbano ha aparecido con una bandeja de arancini. Kostas Jaritos aporta una fuente de tomates rellenos, gentileza de su mujer. Georges Dupin, el más nuevo del grupo, se ha encargado del marisco y Maigret, uno de los más veteranos, del pollo al vino blanco. A Ricciardi no le ha dejado venir su aya y Brunetti, por machista, se quedará en la cocina fregando platos. La inspectora Salazar luce radiante entre los comensales. Echará de menos a Petra Delicado. Su amiga ha declinado acudir como acto de protesta. Le parece lamentable tan poca representación femenina en una reunión de detectives y policías gourmets. Ajeno a esta controversia, Poirot sigue concentrado en conseguir que sus dos huevos pasados por agua, de idéntico tamaño, presenten un perfecto eje de simetría respecto al plano de la mesa.

Carvalho ha dejado preparada la caldeirada y se concentra en los vinos.  Riojas a los que el tiempo ha hecho aún más nobles, Riberas de los de antes y Prioratos, unos caldos que, intuye, van a dar que hablar en los próximos años.

De repente, un grito en la cocina.

El cadáver reposa sobre la amplia mesa de trabajo. Le han practicado un corte preciso a la altura de la femoral y la sangre, canalizada a través de una vía, se deposita mansa en un barreño. Todos se miran estupefactos. Por una parte, temen que  ese crimen tan inoportuno les arruine la comida. Por otra, el misterio que aquel cuerpo anuncia espolea sus sus más íntimos instintos de sabuesos y huelebraguetas. Porque el caso se presenta difícil. Vean si no: el muerto no es otro que el propio mayordomo

En ese momento emerge una voz a espaldas de ellos.

-Buenas tardes, amigos míos, encantado de estar con vosotros. Debéis disculparme. Vengo de muy lejos y no soporto la comida congelada.

Aclarada la intriga, los invitados saludan con cariño a Hannibal Lecter y continúan con la fiesta.

 

Nota: este cuento debe mucho al blog «Gastronomía negra y criminal » de Montse Clavé  y al artículo de Manel Bonafacia «Las recetas preferidas de los detectives gourmets». Dicho queda