Bernardo Muñoz Carvajal

Página oficial de Bernardo Muñoz.


marzo 12, 2024

La Plaza Llucmajor

Plaza llucmajor

Leo con asombro unas declaraciones del actor Secun de la Rosa, en las cuales confiesa haber recibido muchos palizones en el metro durante los años ochenta por el mero hecho viajar leyendo libros. Razzias que se sucedían mientras realizaba el trayecto entre la Plaza Llucmajor y el Paseo de Gràcia, esto es, desde la periferia hasta el centro de Barcelona. Para evitar equidistancias, de la Rosa sitúa el epicentro del peligro en la Plaza Llucmajor, aclarando que era en mi barrio donde prodigaban los quinquis.

Y no le falta razón. En la plaza Llucmajor había más quinquis que en el Paseo de Gracia, eso es innegable. Por no hablar de macarras,  lolailos, charnegos, desclasados y barriobajeros. Pero doy por seguro de que en gente honrada y trabajadora también ganábamos por goleada a los de esa elitista vía. En mi barrio había mucho manguis pero poco ladrón de verdad. Los de esa calaña, los que roban a manos llenas, suelen habitar en zonas mucho más exclusivas.

La plaza Llucmajor podía tener sus peligros, no lo niego. En un par de ocasiones intentaron atracarme y en una de ellas casi lo consiguieron. Puta heroína. Claro que, visto en retrospectiva, dos incidentes en los veinticinco años que viví ahí tampoco suponen tan mal ratio. Quizá se explique porque, ahora lo entiendo, los quinquis andaban todo el día tan atareados en apalizar al pobre de Secun de la Rosa, que apenas disponían de tiempo para más.

Para quienes no sufrimos tal martirio, la plaza Llucmajor tenía sus atractivos. La Plaza eran los chuchos de “La Exquisita”, el olor a fritanga de la churrería, los paquetes de pipas, los sonidos del tiovivo y los chicles Bazooka del quiosco. Pero, sobre todo, la Plaza Llucmajor era para mí una larga valla de hierro, de mediana altura, que separaba la entrada del parque de la Guineueta del parterre que acababa en la parada de autobuses. Al igual que mis amigos, en algunos de sus barrotes verdes dejé grabado el molde de mi culo, encallecido a base de aposentarlo ahí, día a día, durante años.

Lo nuestro era dejar pasar el tiempo sin otra cosa que hacer que charlar y observar al personal. Porque, como punto de encuentro de un barrio tan nuevo como grande, el alma de la plaza Llucmajor la conformaba la savia de su gente joven: guapas repintadas, currelas, esclavos del bar Jardín y de la Kasbah, chulos con el peine asomando por la trasera del Samblancat, pijos de extrarradio, rumberas, progres experimentales, moteros de Cota o Enduro, algún que otro artista y bastantes aspirantes a políticos. Y es que, aún antes de que Franco la palmara, en la Plaza Llucmajor las octavillas ya volaban y algunos tenderetes de partidos políticos, de esos de quita y pon, se atrevían a desafiar a una dictadura agonizante.

Yo viví la explosión tras la muerte del dictador, cuando muchas formaciones de izquierda empezaban a asomar la cabeza para buscar su espacio en el tablero político: PSOE, PSP, PSC, PSUC, PCE en sus varias acepciones, OCE, Bandera Roja, LCR, los de la CNT… Todos muy rojos, como corresponde a un barrio batallador y obrero. En la Plaza LLucmajor nunca vi paraditas de Alianza Popular, UCD o Convergència. Intuyo que estas formaciones solían manejarse mejor por la zona del Paseo de Gràcia.

En definitiva, en la Plaza Llucmajor pasé buena parte de mi adolescencia y juventud, cambié el mundo mil veces con mis amigos, hice y deshice planes, deshojé margaritas, di mi primer beso como enamorado y paseé con la chica más guapa del mundo. De la plaza debo mi curiosidad por observar a las personas e inventar historias acerca de ellas. Y como lo mío era provocación pura, en el metro, de Llucmajor a Alfonso X y viceversa, leí a pecho descubierto cuanto se me puso a tiro: libros, periódicos, revistas, apuntes, portadas de discos y hasta prospectos médicos si no tenía otra cosa a mano. Es más, cuando me rotaba, era incluso capaz de sacar papel y boli para dibujar o escribir.

Huelga decir que jamás sufrí un rasguño, ni nadie me interpeló por ello. Quizá los posibles agresores se cortaran al ver que, según el día, yo mismo lucía una pinta que mezclaba a Pijoaparte y a un Torete con estudios. El caso es que, inconsciente de los peligros que me acechaban, fui feliz en mi plaza y en mi barrio. Por tanto, y dando por sentada la veracidad de cuanto cuenta Secundino, no puedo por menos que agradecerle su enorme sacrificio. Al acaparar él todas las hostias que se escaparon en la estación de Llucmajor durante una década, permitió que tantos y tantos jóvenes pudiéramos leer tranquilos en el metro sin ser molestados. Un mártir con vocación de punching ball a quien, no me cabe la menor duda, la historia acabará colocando en el lugar que merece.

De la misma forma que la Plaza Llucmajor acabó perdiendo su nombre en favor del actual de Plaza de la República, abogo para que, en cuanto sea posible, cambie de nuevo y pase a denominarse Plaza de Secun de la Rosa.

junio 22, 2022

Apuntes sobre el pasado secreto de Layla.

Los que sepáis quien es Layla podréis imaginar lo escabroso de su pasado. Y lo peligroso que puede ser indagar en él. Por eso, somos muy pocos los que conocemos del placer casi morboso que la sicaria experimenta en esparcir, siempre de forma anónima, fragmentos íntimos de su propia biografía.
La siguiente historia apareció entre los muchos relatos presentados a un concurso organizado por una cadena de hoteles. Podría decir que fue un hallazgo casual, pero mentiría. Arriesgo tiempo, dinero y quien sebe si mi vida persiguiendo estos testimonios. Y Layla lo sabe pues, la muy ladina, presentó este cuento usando mi nombre.
Dudo que ella –o yo- gane el certamen. Y es que la narración ahuyenta más que invita a visitar un hotel, propósito principal del organizador, imagino. Pero me he decidido a hacerlo público pues arroja luz sobre algunos rasgos de nuestra asesina favorita. Detalles que, hasta el momento, solo nos atrevíamos a conjeturar.
Espero (por mi propio bien) que Layla perdone esta nueva indiscreción, la segunda tras “El violinista”. Ahí va el cuento

“Al entrar me crucé con el botones que me miró con asombro.
Aunque fingió no reconocerme, su rictus de estupefacción le delató. Yo también disimulé. Pero ahí estaba, veinte años mayor, con un uniforme similar al que lucía en aquel hotel de Moscú cuando, a causa de un error mío, apareció portando el desayuno en la suite del magnate ruso al que acababa de asesinar.
El muchacho quedó petrificado, incapaz de asumir tanta carnicería, o el papel de esa mujer cubierta de sangre que, machete en mano, le miraba con ojos felinos. Aunque el oficio exigía matarlo cuanto antes, algo que percibí en su rostro me frenó. Era un ser bellísimo, angelical, una criatura tan pura que, en contraste, me hizo sentir sucia, por dentro y por fuera. De repente experimenté unas ganas terribles de limpiarme y exigí al muchacho que me ayudara a quitar la sangre del cuerpo. El joven se aprestó a obedecer. Mientras yo me relajaba bajo el agua, él también pareció recuperarse de su estupor.
Antes de marchar observé por última vez su hermoso cuerpo desnudo y pronuncié la frase inevitable: “Si alguna vez nos volvemos a encontrar sabes que tendré que matarte”
Hoy hemos fingido no reconocernos. Pero, al llegar a la habitación, el baño estaba preparado”
mayo 11, 2022

ELS TIMBRES DE PREMIÀ DE MAR (relat curt)

Diuen que tots els camins porten a Roma. Potser és cert, no ho sé. Però el que sí que puc assegurar és que, almenys en dies lectius, a les 8 del matí tots els camins de Premià de Mar condueixen al carrer Rafael de Casanovas. Sobre aquesta hora, una capil·laritat d’adolescents en peregrinació puntual engreixen les vies de la localitat a mesura que s’aproximen a l’Institut de Secundària. Sols o en petits grups, a peu, amb bicicleta o patinet, constitueixen una barreja d’acne i hormones tancada en cossos cada cop menys petits. Una serp humana que es nodreix amb un exèrcit de tímids, dolentots, progres, chonis, indepes, esportistes, rapers, porretes, friquis i d’altres incapaços encara de definir-se.

Jo vaig ser una gota més d’aigua en aquell riu, des dels dotze fins als divuit anys. Acovardit pels grans al principi i exigint respecte als petits en la darrera etapa. Un viatge iniciàtic,  on vaig riure al costat dels meus companys, plorar els primers desamors i, sobre tot, descobrir noves realitats. Per exemple, quant variava el paisatge urbà des dels blocs d’habitatges del meu modestíssim barri fins a l’opulència de les mansions de carrers com ara Batlles, o Capitans de Mar, molt properes a l’institut. Veient aquelles cases, tant diferents al meu piset, sovint em preguntava com devia ser la gent que hi vivia allà. També si aquelles persones (más…)

El banquete de los detectives gourmets.

El algodon no engaña

El algodón no engaña

El banquete de los detectives gourmets. (O el misterio del mayordomo muerto en la casa de Pepe Carvalho)

En la chimenea de la casa de Vallvidrera arde «El sueño eterno» de Raymond Chandler.  Ocupando buena parte del salón, los invitados se reparten las tareas. Suena «Qualsevol Nit Pot Sortir el Sol».  De la canción han reclutado a Carpanta, quien se relame ante el desfile de platos.  Salvo Montalbano ha aparecido con una bandeja de arancini. Kostas Jaritos aporta una fuente de tomates rellenos, gentileza de su mujer. Georges Dupin, el más nuevo del grupo, se ha encargado del marisco y Maigret, uno de los más veteranos, del pollo al vino blanco. A Ricciardi no le ha dejado venir su aya y Brunetti, por machista, se quedará en la cocina fregando platos. La inspectora Salazar luce radiante entre los comensales. Echará de menos a Petra Delicado. Su amiga ha declinado acudir como acto de protesta. Le parece lamentable tan poca representación femenina en una reunión de detectives y policías gourmets. Ajeno a esta controversia, Poirot sigue concentrado en conseguir que sus dos huevos pasados por agua, de idéntico tamaño, presenten un perfecto eje de simetría respecto al plano de la mesa.

Carvalho ha dejado preparada la caldeirada y se concentra en los vinos.  Riojas a los que el tiempo ha hecho aún más nobles, Riberas de los de antes y Prioratos, unos caldos que, intuye, van a dar que hablar en los próximos años.

De repente, un grito en la cocina.

El cadáver reposa sobre la amplia mesa de trabajo. Le han practicado un corte preciso a la altura de la femoral y la sangre, canalizada a través de una vía, se deposita mansa en un barreño. Todos se miran estupefactos. Por una parte, temen que  ese crimen tan inoportuno les arruine la comida. Por otra, el misterio que aquel cuerpo anuncia espolea sus sus más íntimos instintos de sabuesos y huelebraguetas. Porque el caso se presenta difícil. Vean si no: el muerto no es otro que el propio mayordomo

En ese momento emerge una voz a espaldas de ellos.

-Buenas tardes, amigos míos, encantado de estar con vosotros. Debéis disculparme. Vengo de muy lejos y no soporto la comida congelada.

Aclarada la intriga, los invitados saludan con cariño a Hannibal Lecter y continúan con la fiesta.

 

Nota: este cuento debe mucho al blog «Gastronomía negra y criminal » de Montse Clavé  y al artículo de Manel Bonafacia «Las recetas preferidas de los detectives gourmets». Dicho queda