Hace unos días el tribunal constitucional invalidó la ley de igualdad catalana. Ahora pretenden obligarnos a restablecer las corridas de toros.
O sea, nos quieren machistas y psicópatas. Por las buenas o por las malas.
Nadie descarta que de aquí a dos días exijan también matarnos a vinos, soltar gargajos por las aceras, rascarnos los cojones por encima del pantalón, tatuarnos en el pecho la cabra de la legión o irnos de putas, en el supuesto de que, por cuestiones de género, no ejerzamos.
Lo peor es que el Tribunal Constitucional está convencido de que tales imposiciones preservan la esencia pura de los valores patrios, lo que evidencia qué clase de idea tienen del país en el que viven. Y de sus ciudadanos.
Se podría decir que las resoluciones del constitucional son maná para el secesionismo. Y es cierto, pero no sólo por el contenido de las sentencias sino por su empeño en perpetuar una imagen de España, folclórica e irreal, que alimenta también de tópicos el imaginario de buena parte del independentismo. Y es que en Catalunya no son pocos los que creen que, más allá del Ebro, España está poblada por una suerte de cromañones sin más deleite que ver lancear toros, llorar a Franco, (o a Aznar o a Felipe González) vivir sin trabajar y quebrarse la laringe cantando flamenquito.
Como si Catalunya fuera un territorio libre de caspa.
En estos tiempos de cultura de usar y tirar, en los que las ideas tienden a simplificarse hasta transformarse en arquetipos, alimentar estereotipos es peligrosísimo. Y hacer pedagogía para combatirlos casi imposible. Es por ello que, más allá del contenido específico de las sentencias, actuaciones como las del constitucional acaban siendo tan dañinas.
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