No conozco mayor contenedor de emociones, secretos y sueños que un cuaderno. En él caben las ecuaciones del matemático, los garabatos aún abstractos de un niño, las notas de campo del biólogo, los bocetos y dibujos del artista, las rimas desconsoladas del poeta, los apuntes y resúmenes del estudiante, la contabilidad B del comerciante, los pétalos de rosa ya marchitos del enamorado, los planos secretos y acertijos del guardián del tesoro, la letra de las coplas del cantante, o las notas a vuelapluma del escritor.
Mis libretas contienen un poco de todo esto: dibujos, esquemas, algún recorte y mucha, mucha letra, apretada en una confusión de mayúsculas y minúsculas trenzada por un aluvión de flechas, notas al margen y subrayados. A la hora de escribir, reconozco mi preferencia por las libretas MOLESKINE, cuyo estilo clásico y algo retro, casi romántico, me seduce. Las uso por el mismo motivo por el que escribo con pluma estilográfica. Para no olvidar que, pesar de la informática y las nuevas tecnologías, somos herederos de la tradición amanuense. Y porque escoger unas herramientas adecuadas forma parte de la disciplina, pero también del placer, de escribir.
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